“¿A quién le
importa si una mujer decide cobrar por sexo?”, se pregunta Robert Crumb en el
prólogo del libro Pagando por ello,
memorias en cómic de un putero (Ediciones
La Cúpula, Barcelona, 2001), del canadiense Chester Brown. Con un dibujo
sencillo y minimalista, Brown nos conduce por sus experiencias con la
prostitución en la ciudad de Toronto. El inicio del periplo de Chester Brown es
sencillo: cansado de la entrega absoluta y las condiciones que supone mantener
una relación romántica, decide romper con su novia Sook-Yin
y resuelve, simplemente, ir de putas con la premisa de que en toda relación
siempre se paga algo a cambio de poder tener relaciones íntimas.
Antes de dar el
primer paso hacia el mundo del sexo pagado, el autor intercambia opiniones con
sus amigos y colegas dibujantes Seth y Joe Matt, al igual que con su amiga Kris
Nakamura, lo que nos permite como lectores asistir a diálogos donde la moral, la
higiene, las normas, las opiniones subjetivas, las costumbres y los mitos
alrededor de la prostitución y del amor romántico van ubicando a los personajes
en diferentes posiciones. Claramente, el enfoque de Chester Brown es objetivo:
si quiero tener sexo y no puedo acceder a él en el amor romántico, porque me es
complicado manejar otros aspectos de ese tipo de relación, entonces simplemente
pago por ello.
A partir de esa
premisa, y después de indagaciones e intentos por relacionarse con prostitutas,
Chester Brown consigue por fin su objetivo. De esa forma el relato toma vuelo
porque el autor va contando, en una especie de diario con fechas y con las
mujeres con que se relaciona, sus experiencias con el sexo pagado. El libro
está dividido en capítulos, cada uno de ellos relacionado con una prostituta y
con los encuentros con ésta. A veces, y como es lógico, va a visitar más de una
vez a una mujer, entonces se estrechan más la relaciones y el autor nos regala,
además de la consabida relación sexual dibujada, una conversación poscoito que
muchas veces es más reveladora que el intercambio de fluidos que la precedió.
Pero el putero y
dibujante es respetuoso en su relato, cambia el nombre de las prostitutas y, a
pesar de que es dibujado, nunca se ve la cara de alguna de ellas porque las
ubica sin mostrar el rostro o, simplemente, cubre su cara con un globo de
diálogo. También cuida de dar una información detallada de la vida personal de
cada una de las chicas con las que se acuesta. En todos estos sentidos Chester
Brown es absolutamente respetuoso con sus encuentros sexuales, a pesar de que
en los mismos su dibujo es explícito al punto de que podemos entrar en la
intimidad de sus relaciones con las prostitutas y de asistir, como un típico
voyerista, a las sesiones de sexo (como si fuera poco, el libro viene
recomendado por algunas organizaciones y líderes de trabajadoras sexuales en
Norteamérica).
La construcción
formal del cómic Pagando por
ello, memorias en cómic de un putero, es bastante
atractiva quizás por lo que parece no mostrar: es un dibujo con pocos detalles
y en un montaje con pequeñas viñetas. Chester Brown no hace alarde de grandes
escenarios, mantiene casi siempre los mismos planos (medios, enteros y
generales) y las posturas, en los momentos del sexo explícito, son
completamente “normales”. Esto quizás reduzca la carga erótica, y hasta
pornográfica, del cómic en su superficialidad, pero aumenta el interés por lo
que el autor quiere mostrar más allá de sus experiencias con la prostitución:
que la misma no debería tener una carga moral tan fuerte porque se trata de una
relación entre adultos, con consentimiento de ambos. ¿Qué diferencia puede
haber entre el sexo dentro del amor romántico y el de la prostitución, si
ambos, al final de cuentas, tienen que ser pagados con algo? Parece
preguntarnos Chester Brown a lo largo del relato, en sus encuentros con las
prostitutas, en las conversaciones con ellas o con sus amigos acerca del
asunto.
Este libro, además, va más allá de un simple diario
de putas. Chester Brown ha agregado al final del relato en cómic una serie de
anexos que explican no sólo la forma tan detallada y respetuosa como construyó
el relato sino además, y más importante aún, sus opiniones sobre la
normalización de la prostitución en Canadá, sobre cómo es vista esta práctica
en un mundo machista y de doble moral, además de explicar el hecho de que la
prostitución ejercida de manera libre, con el consentimiento de ambas partes,
es una transacción normal y beneficiosa para quienes la practican.
Finalmente, y como lo vamos descubriendo, Brown
desecha por completo el amor romántico y termina construyendo su vida sexual
alrededor del sexo pagado. Pero no todo es vacuo y frío como parece, pues el
mismo Chester Brown termina “enamorado” de una prostituta llamada Denise, o por
lo menos teniendo con ella una especie de relación de monogamia donde,
obviamente, el dinero está aún de por medio. El autor se despide del relato en
una calle de Toronto, mientras conversa con su amigo y colega Seth y lo pone al
tanto de su nueva relación de monogamia pagada: “Así que pagar por sexo no es
una experiencia vacía si estás pagando por sexo a la persona adecuada”.
Álvaro Vélez (truchafrita)