lunes, 8 de junio de 2020

Los marxistas también leen cómics


Es sabido que el cómic moderno nació como un elemento puramente mercantil, a partir de la rivalidad de dos magnates de la prensa neuyorkina, Joseph Pulitzer (propietario del New York World) y William Randolf Hearst (propietario del New York Journal). La primera historieta moderna, The Yellow Kid (R. F. Outcault, 1896), fue el ejemplo perfecto de un producto artístico que se convertía en un objeto mercantil y para el consumo de las masas. La historieta moderna, naciendo y creciendo en un ambiente capitalista no podría desprenderse tan fácilmente de éste y a terminado, en muchas ocasiones, sirviendo directamente a sus intereses.

Reflexiones como estas son las que nos ofrece un libro muy particular titulado Ensayos marxistas sobre los cómics. Quizás para el neófito en asuntos de la narración dibujada el libro parezca demasiado pretencioso, por aquello de querer analizar, bajo la óptica de los postulados de Carlos Marx, una serie de anodinos productos, de basura cultural para las masas. Mientras que para otros, el ver algunas historietas como tema de análisis para comprender los engranajes de un sistema como el capitalista, el tema parezca de lo más obvio. Así que con Ensayos marxistas sobre los cómics la opinión puede ser, en gran medida, dividida pues se trata de un libro que, a pesar de algunos aciertos, tiene un molesto tufillo de lo que podríamos llamar mamertismo, conservando los “dogmas” de la teoría marxista y traspolandolos a un tema como el de los cómics.


En términos formales Ensayos marxistas sobre los cómics es un libro que parece ser editado de manera pirata (bueno, no hay un sello editorial que lo respalde) y, aunque no aparece la fecha de edición, se puede presumir que fue impreso por allá en la década de los setenta –cuando el marxismo caló de lleno en las juventudes universitarias de Latinoamérica–. El libro se divide en varios ensayos de diferentes autores: Comics y relaciones mercantiles, escrito por Jorge Vergara, que analiza el cómic, desde su nacimiento hasta nuestros días (presente de la edición del libro), como producto del capitalismo, como mercancía y propaganda al servicio del sistema capitalista, pero también destacando el enorme poder de penetración de los cómics en la cultura popular, en este caso particular de la latinoamericana; Walt Disney y la pedagogía reaccionaria, escrito por Fernando Pérez, es un ensayo que desde el titulo nos advierte su contenido, se trata de un texto que desenmascara las oscuras pretensiones de Disney, el carácter propagandístico de todas sus creaciones y su indiscutible talante de gran corporación al servicio del capitalismo:

“La fabula defiende una moral instituida y esa moral salvaguarda los intereses del sistema, elevándolo al rango de fetiches universales. El papel cultural y social desempeñado por Walt Disney tiene su definición en el propósito moral que tan inimaginablemente ha dosificado en su innumerable cadena de producción.” (pág 64).

Rene Rebetez arremete contra Batman y otros supehéroes en su ensayo El cómic, un sobornado testigo de la época, además que hace una reflexión acerca de por qué la historieta penetra más fácilmente en la cultura popular que otro tipo de manifestaciones artísticas, al mismo tiempo que se pregunta por un supuesto cómic precolombino y finaliza con una pequeña alusión a los cómics del futuro (en este caso habla de Jodelle, el cómic sicodélico de Guy Pellaert y Barbarella, de Jean-Claude Forrest), que están lejos del imperialismo impuesto por las “estupidizantes” historietas norteamericanas. En La industria cultural: cuestiones semiológicas, Ludolfo Paramio analiza aspectos de fondo dentro de esta tendida reflexión sobre los cómics, su papel dentro de la cultura popular y  su poder de penetración; y en el último ensayo titulado El cómic de la miseria o la miseria del cómic, Carlos Montalvo añade el color local hablando de la casi inexistente historieta colombiana y centra su visión en la historieta del gamín Copetín, de Ernesto Franco:

“Copetín y su “gallada” son el subproducto de un sistema social basado en la expoliación sistematica de grandes sectores de la población colombiana.” (pag 102).

Aunque Ensayos marxistas sobre los cómics es un libro que conserva un discurso coherente –aunque basado en mamertismos de los seguidores de Marx de los años setenta–, no deja de tener un cierto aire de tratado al estilo del que escribiera el siquiatra Frederic Wertham, a mediados de los años cincuenta, titulado La seducción del inocente, un tratado que descalificaba de lleno todo tipo de obras en cómic aduciendo que eran un mal para la infancia y la juventud, y que a la postre fue el vaso que rebosó la copa para iniciar, en 1954, la autocensura de los cómics en Norteamérica. Pero lo que más atrae de la edición que tengo, entre mis manos, de Ensayos marxistas sobre los cómics es indiscutiblemente su portada: Tribilín, en segundo plano, disfrazado de vaquero y con un indiscutible enojo –¿Por qué? No lo sabemos– y recostado en un tío rico McPato aún más furioso y temible, pues está disfrazado de gangaster, lleva un prendedor que dice “God bless America” y tiene en sus manos una metralleta Tommy que acaba de accionar, pues aún despide humo de la boquilla. Con semejante portada se podría decir que jamás volvería a leer cómics pero, afortunadamente, el libro por dentro es mucho más inofensivo, quizás como lo fueron los mamertos de los años setenta.

Álvaro Vélez (truchafrita).
Originalmente en la Revista Universidad de Antioquia (2005).

martes, 2 de junio de 2020

Joe Matt, todo un cabrón


Pocos dibujantes de historietas generan tanta repulsión y tanta atracción a la vez. No es contradictorio, Joe Matt (Filadelfia, 1963) es un dibujante que logra plasmar en sus cómics buena parte de sus vivencias y lo hace con una desfachatez desmedida: se muestra como un egoísta, como un enfermo sexual, como un manipulador. Eso es precisamente lo fascinante de Joe Matt: que además de que cuenta muy bien sus historias en cómic es capaz de mostrar todas sus dimensiones como ser humano, y de hecho en algunos pasajes de sus historietas, en donde se excede con su comportamiento negativo, logra ganarse toda nuestra atención.

Una de esas historietas es Pobre cabrón (The Poor Bastard, editado en español por Ediciones La Cúpula, 2008), una recopilación de cómics, dibujados en la década de los noventa, que recogen parte de la vida de Joe Matt. Se trata entonces de una más de las historietas autobiográficas, que ya se han convertido en todo un género en el mundo de las narraciones dibujadas. Aunque, siendo justos, es una autobiografía muy particular, porque Joe Matt se retrata como todo un cabrón: utiliza sexualmente a su novia, discute constantemente con ella, y la explota económicamente mientras él mismo finge trabajar mucho dibujando. Siempre quiere algo mejor pero no está dispuesto a luchar por ello, y por eso piensa que el mundo está contra él.  Todo el mundo alrededor de Matt es un obstáculo para obtener la fama y la fortuna que él cree merecer; mientras tanto sueña con poseer otras mujeres y se la pasa masturbándose de manera compulsiva y tratando de conseguir un poco de amor, el mismo que él le niega a su abnegada novia.
La relación con su novia dura más de lo que uno podría imaginarse, a pesar de los abusos de Matt, y por fin termina. Para el dibujante empieza un periodo de soledad, de onanismo aún más extremo, de la búsqueda de un amor ideal que nunca llegará: una obsesión por mujeres asiáticas, que hará que pierda oportunidades con otras chicas amables y atractivas.
Eso es lo que más sorprende de Joe Matt, que sea capaz de dibujarse a él mismo en las peores circunstancias, en donde es él quien carga con toda la culpa de las malas situaciones en las que se ve involucrado. Es un niño grande egoísta, desordenado, emocionalmente caótico, en la ruina económica, sin muchas ganas de sentarse a trabajar y culpando a todo el mundo por las desgracias que él, con creces, ha provocado. Además, y para colmo, se autocompadece constantemente. Todo un pesado.
La repulsa por el personaje que Joe Matt ha creado tiene también el atractivo por el objeto mismo de la creación. El trabajo de Matt es llamativo no solo porque es capaz de narrar las historias que cuenta, sino también porque las sabe contar muy bien y además lo hace con un dibujo que recuerda un poco esas historietas underground de las década de los sesenta (con Robert Crumb a la cabeza. Quien, de hecho, es amigo de Joe Matt); y es porque Matt, al igual que Chester Brown o Seth, es heredero directo de los padres del cómic de los años sesenta, no solo por el asunto estético sino, sobre todo, por los temas que tratan en sus historietas, con los que tienen la libertad de contar todo lo que les viene en gana.

Hay una particularidad interesante en Pobre cabrón, un asunto que también se puede ver en algunas obras de Chester Brown y Seth: la amistad de estos tres dibujantes. En Pagando por ello (Ediciones La Cúpula, 2011), el libro de Chester Brown sobre la prostitución en Toronto (Canadá), podemos apreciar unos pasajes en donde Brown se reúne en un café con Seth y Joe Matt, y los tres hablan de sus asuntos en general y del tema del libro de Chester Brown en particular, como amigos y colegas. Esto sucede también en el libro La vida es buena si no te rindes (Editorial Sins Entido, 2009), de Seth, quien comparte charlas con Brown y Matt. En Pobre cabrón, Seth y Chester Brown recriminan constantemente a Matt por su vida licenciosa y egoísta, en la pizzería o en el café tratan de alentarlo para que consiga una novia a su alcance, para que organice sus finanzas, para que deje un poco su egoísmo. Es grato encontrar en los tres libros conversaciones, discusiones y ratos de café de los tres amigos y colegas dibujantes, en la ciudad de Toronto.

Lo que no es muy grato es el personaje de sí mismo que se ha creado Joe Matt: simplemente un perdedor. Y como tal no tendrá redención, por eso lo vemos en las últimas páginas de Pobre cabrón comiendo espaguetis en la cama y presto a ver un video, en VHS, titulado “Koños en Kimono”. Quizá esa repulsa es porque, en ciertos aspectos, nos sentimos identificados con él y no lo queremos reconocer. Quizá el atractivo radique en que nos gusta enterarnos de que alguien vive en peores condiciones que nosotros, o que simplemente “yo vivo mejor que él”. Sin embargo, no hay que olvidar que, a pesar de ser una autobiografía, ahí también hay un montón de ficción.
Álvaro Vélez (truchafrita).
Originalmente en la Revista Universidad de Antioquia (2013).