lunes, 31 de agosto de 2020

Un tal Hemingway en cómic

James Joyce, Scott Fitzgerald, Ezra Pound, Ernest Hemingway son autores de cómic que viven en la ciudad de París, en la década de 1920. Así que olvídese de que son escritores porque en la obra de Jason son dibujantes, y al mismo tiempo, personajes de historieta.

En un aparte del cómic de Jason, Zelda discute con su marido Scott Fitzgerald: “No sabéis hablar de otra cosa que no sean los cómics. Es lo único de lo que habláis. ¿No podemos hablar de otra cosa?”. Y es verdad lo que dice, porque parece que es justamente de eso de lo que viven estos conocidos personajes quienes, gracias al encanto de este singular cómic de Jason, se encargan en toda la historieta de debatir sobre como lograr encaminar su creación para poder ser aceptados por el gran público y, así, conseguir ganarse la vida dibujando historietas.

Escritores que no son tales, sino autores de historietas –en un mundo paralelo en la ciudad de París, de la década de los veinte–, intrigas emocionales y, más allá, discusiones frente a la creación misma en cómic; esto es lo que Jason (John Arne Saeteroy) hace en su novela gráfica Hemingway (en español está editada bajo el titulo de No me dejes nunca, Astiberri Ediciones, Bilbao, 2008). 

Hemingway se trata entonces de un juego en que el autor toma personajes famosos de la vida real y los traslada a un mundo alterno en donde la historieta es una manifestación con cierta significación, no mucha porque de todas maneras Joyce, Pound, Hemingway y Fitzgerald viven en constante zozobra económica. Es precisamente esa precariedad financiera lo que hace que la novela gráfica tome un giro abrupto después de unas páginas de inicio, en las que el autor nos ha presentado a los personajes y nos ha mostrado las circunstancias que, finalmente, llevaran a nuestros famosos personajes a una situación extrema.

Jason es un dibujante noruego con una obra relativamente reciente, sus historietas son como una suerte de dulce envenenado, en principio se presentan al lector como algo inofensivo, inocuo y hasta trivial, pero cuando los ojos están fijos en la narración Jason aprovecha el momento para sus trucos más característicos: absurdos, al mejor estilo dada; giros extremos en la narración; claras referencias, y algunas más soterradas, hacia otras artes, en especial a la literatura y el cine; homenajes a dibujantes u obras en cómic y, sobre todo, unos guiones construidos con un ingenio que deleita al lector.

Lo más interesante es que a pesar de que muchas de sus historias tiene un giro radical después de una cuantas páginas (como en el caso de Hemingway) o de que todo el cómic en conjunto sea absurdo o extraño, buena parte de la magia de Jason es que hace como si los acontecimientos más extraños resultaran de lo más normal: una persecución de zombies en su novela gráfica The Living and the Dead (Fantagraphics Books, 2006); o el inmortal mosquetero Athos quien viaja desde París hacía otro planeta para protagonizar una aventura, en algo que podríamos llamar futuro arcaico, todo esto y mucho más sucede en The Last Musketeer (en español editado como El Último Mosquetero, Astiberri Ediciones, Bilbao, 2008); un accidente de un niño desencadena todo un drama, incluyendo fantasías en la infancia  y pesadillas emocionales de adulto, en su compañero de juegos en Hey, Wait… (Fantagriphics Books, 2001).

 

En algunas ocasiones, como en el caso de The Living and the Dead, Jason sólo utiliza los dibujos, sin globos de textos, para hacer la narración, lo que lo convierte también en un hábil autor de cómics silentes. Pero sean mudas o no sus historietas tienen una estética muy similar. La fisionomía de sus personajes es de animales antropomorfos, aunque no es posible distinguir de qué tipo de animales se trata (se semejan a los perros, pero nunca se está seguro de ello). Esos mismos personajes, en el dibujo de Jason, no parecen conmocionarse demasiado ante algunas extrañas circunstancias como si los absurdos fueran pan de cada día; el montaje de sus cómics es bastante sencillo en lo formal, quizás por eso parezca que sus historietas son muy planas lo que acentúa aún más los absurdos y los giros radicales en sus guiones.

Joyce, Fitzgerald, Pound, Hemingway deciden asaltar un banco, para por fin salir de sus aprietos económicos, lo que hará Jason en la historieta será contar lo que sucede en ese asalto a partir de la visión de cada uno de los personajes, esa suma de subjetividades nos revelará los detalles del operativo que, finalmente, explicarán todo el hecho en su conjunto al termino de la novela. Una vez resueltos los misteriosos detalles del robo Jason logra dejarnos donde empezamos: un grupo de dibujantes de historietas buscándose la vida, luchando para pagar sus cuentas y tratando de robarle minutos a su agobiada vida para sentir un poco de afecto de la persona amada.

Álvaro Vélez (truchafrita).
Originalmente en la Revista Universidad de Antioquia (2008).

jueves, 13 de agosto de 2020

Un cómic para mascar

Leer historietas es un placer que viene de la infancia. Cuando eran niños, algunos de los más adultos, tuvieron que evadir la mirada inquisidora de padres y profesores, leer sus cómics al escondido, por desaprovechar su tiempo en lecturas poco edificantes y hasta vulgares; otros más afortunados, y con una infancia más cercana, crecimos con los cómics ya sin la celosa custodia de progenitores y educadores que, en cierta medida, fueron entendiendo que las historietas eran una lectura valida como cualquiera y que, más aún, constituía el primer paso seguro sobre el cual construir un hábito de lectura. Recordando esos cómics de la infancia y la adolescencia, además del consabido Condorito, de la revista semanal Los Monos, del periódico El Espectador, de historietas menos gratas de recordar y cargadas de una nostalgia trasnochada como Kalimán o Memín Pingüín, de los personajes de Disney editados en formato de cómic y los ya manidos superhéroes gringos, con Superman y Batman a la cabeza, me he encontrado con una curiosidad que casi había olvidado: Bazooka Joe.

Curiosidad para un ambiente como el nuestro, tan falto siempre de una cultura de la historieta, pero común en Norteamérica, que es donde se edita Bazooka Joe. Curiosidad también porque éste es un cómic que sale en un chicle. Se trata de un papelito de historieta, editado a color, de menudas dimensiones: 4 x 6 cms, que aparece en las envolturas de las gomas de mascar Bazooka. El cómic ha estado apareciendo en la envolturas del chicle desde la década de 1950 y ahora es todo un distintivo y una tradición para la marca, pero en Colombia la goma de mascar, y su consabido cómic que se titulaba Bazooca Joe y su pandilla, empezó a parecer por allá en la primera mitad de los ochenta y, para los niños de ese entonces, el verdadero atractivo de la goma de mascar era precisamente el papelito de historieta que traía, porque el chicle casi no se podía masticar por su dureza (competía incluso en solidez con el chicle “Bomba” de las Industrias Alimenticias Noel), además de su extraño sabor que en ciertos momentos parecía de tutti frutti y en otros simplemente sabía a “chicle”.

La historieta aún sigue siendo editada en los Estados Unidos, a través de cinco décadas ha cambiado mucho el aspecto de sus personajes, pero conserva más o menos el mismo espíritu: un cómic sencillo, porque no se puede decir mucho, ni dibujar de manera virtuosa en un papelito de obsequio y con un tamaño aproximado de 4 x 6 cms, conservando casi siempre el mismo reparto de personajes, entre los que se destaca Bazooka Joe, un niño con gorra y un extraño parche en un ojo, y Mort o Mortimer que en las últimas versiones dibujadas se cubre la boca con el cuello de tortuga de su suéter, acompañados de un sinnúmero de personajes que aparecen y desaparecen dependiendo de la historieta de turno o de la década en que fue dibujado el cómic. La historieta tiene un contenido muy elemental pues se trata de narrar pequeños chistes, que es su mayoría no dan risa, usando tres o cuatro viñetas; típica narración de situaciones, sin ninguna continuidad entre entregas y cuyos únicos elementos unificadores son la fisonomía de los personajes, el formato en que se presenta y su asociación inseparable con el chicle Bazooka.

Podríamos decir que Bazooka Joe y su pandilla es una especie de Condorito, pero sin el consabido plop!, con menos chistes buenos, en un formato diez veces más pequeño que la revista habitual del personaje emplumado y mucho más baja en la calidad de edición. Entonces, ¿cuál es el atractivo de Bazooka Joe? Precisamente el hecho de ser una miniatura en cómic que viene como regalo en un chicle –aunque habría que aclarar de una vez que dada la calidad de la goma de mascar, en realidad, no se sabe qué es lo que realmente regalan: el cómic por el chicle o el chicle por el cómic–. Esa curiosidad y el hecho de tener más de cincuenta años de historia hacen de Bazooka Joe y su pandilla una pequeña pieza representativa de la cultura popular norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. Pieza que tuvimos en Colombia durante gran parte de la década de los ochenta para luego desaparecer, en el mercado nacional, de igual forma como había aparecido.

Álvaro Vélez (truchafrita).
Originalmente en la Revista Universidad de Antioquia (2006).