jueves, 29 de diciembre de 2016

Un periodista en cómic

Y si ya imaginaba antes de venir aquí lo que puede
pasarle a alguien que cree tener todo el poder y al llegar
me lo había encontrado sin grandes sorpresas. ¿Qué le
pasará a una persona que cree no tener ningún poder?
Joe Sacco - Palestina

El cómic independiente norteamericano, la punta de lanza de la historieta de estas últimas tres década, es abundante en obras de una muy cuidada factura que, además de romper las tradicionales fronteras a las que nos tenía acostumbrado el cómic, ofrece formas y contenidos que permiten una lectura que puede ser disfrutada no sólo por los fanáticos de la narración dibujada, sino por un público más amplio que, en muchas ocasiones, ha visto el cómic como una lectura reservada a la infancia. Daniel Clowes con sus historietas intimistas, que nos revela un lado más cercano y humano, más allá del “sueño americano”; Harvey Pekar, con una visión muy personal y autobiográfica de las grandezas del ya típico perdedor; Chirs Ware y sus obras de un diseño preciosista, que frena antes de llegar al manierismo; James Kochalka con una historieta también autobiográfica, basada en los pequeños momento sublimes que surgen de la, en muchas ocasiones, aburrida cotidianidad o Art Spiegelman con sus grandes temas acerca del holocausto nazi y, su más reciente obra, sobre sus vivencias y cercanía con los instantes mismos y los acontecimientos que sucedieron inmediatamente después a la caída de aquellas torres gemelas. De esta misma cantera de autores, que ven en el cómic un medio completamente valido para narrar sus historias, surge Joe Sacco quien se sirve de la narración ilustrada para crear un verdadero documento de realidades poco retratadas por otros medios de comunicación.


Joe Sacco es ante todo un periodista (de formación y profesión), pero ha tenido la desafortunada suerte de encontrarse con la historieta y lo que podían haber sido reveladoras crónicas y fotografías de guerra se han convertido en un laborioso trabajo de meses, dibujando y narrando sus correrías por conflictos bélicos de orden mundial. Dos novelas gráfica dan cuenta del trabajo de Joe Sacco con lo que podríamos llamar reportería en cómic: Palestina (Palestine, 2001. Inicialmente seriada en nueve comic books entre 1993 y 1995, y luego recopilada en un tomo) y El Mediador (The Fixer: A Story from Sarajevo, 2004). En la primera novela el autor nos sitúa en el conflicto entre palestinos e israelíes, pero en esta ocasión son los primeros lo que llevan la voz cantante pues, imagina uno como lector, Israel ya tienen todo el espacio televisivo, radial y de prensa, y es apenas justo que los palestinos tengan, al menos, un libro en cómic que hable de sus perdidas en ese ya casi eterno y absurdo conflicto. Palestina es una novela gráfica que cuenta las tragedias, abusos y violaciones de un pueblo sometido a la fuerza por un invasor. Aquí la antigua victima es ahora el desfachatado verdugo y en medio del problema palestino-israelí está Joe Sacco, tomando fotografías como cualquier reportero gráfico. El autor nos lleva a un viaje al interior de los campos de refugiados: la vida de los sometidos, sus costumbres y sus quehaceres en medio de la brutalidad de los colonos y soldados judíos, las estancias en las humildes casas, el infaltable té alrededor de los relatos de resistencia antes y después de la intifada de finales de los años ochenta.
No contento con un relato de guerra o, quizás, seducido por esa suerte de adicción que contrae todo periodista que cubre conflictos bélicos, Sacco nos lleva de Palestina a la ya extinta Yogoslavia para seguirlo mientras trata de comprender el conflicto entre Serbios y Musulmanes, durante los últimos meses de la guerra. Mientras seguimos a Sacco, por una Sarajevo destruida por el conflicto, el autor trata de seguir a Neven, su guía, que a fin de cuentas es El Mediador, un veterano de guerra que sobrevive de la astucia en un territorio en donde la vida a salto de mata es la ley. Joe Sacco, el periodista, es seducido por la personalidad de Neven y se sirve de éste para contar su visión del conflicto, al mismo tiempo el mediador se usufructúa de Sacco para seguir sobreviviendo. El periodista se vale de las historias de su guía para contar cosas que, quizás, son mentira –como le advierten al periodista en contadas ocasiones– pero es innegable que Sacco es un viejo zorro, al igual que Neven, y no es tan fácil engañarlo. Dos personalidades en conflicto: cada uno tratando de sacar beneficio del otro y todo inmerso en un desolado ambiente, carcomido por una guerra que al parecer el mundo intenta olvidar.
Joe Sacco no escatima en recursos para alcanzar su historia, como es común a todo buen periodista el autor emplea su garra y su tacto para llegar a sus fuentes, su narración es impecable y tiene un sello de ética intachable. Como si fuera poco este periodista de guerra, al llegar a su casa, se sienta meses a preparar sus planchas para un historia en cómic que refleja todo lo humano y miserable que tiene un conflicto bélico, con un dibujo lleno de detalles y rico en tramados. Es en ese momento, como lector, cuando uno se pregunta si Joe Sacco es más periodista o dibujante de cómics, pero para eso el mismo autor tiene una respuesta: "Hago cómics periodísticos porque es la mejor manera de unir mis dos pasiones: las historietas y el periodismo. No tengo ninguna teoría que me permita explicarlo. Sencillamente, siempre me he interesado por la actualidad, y a veces, suceden cosas en el mundo que me impelen a hacer algo al respecto. Y lo más útil que se me ocurre es ir allí e informar qué es exactamente eso que está pasando”.

Álvaro Vélez (truchafrita).
Originalmente en la Revista Universidad de Antioquia, 284 (abr-jun de 2006).

viernes, 2 de diciembre de 2016

Una odisea irlandesa

Dublinés, la obra del español Alfonso Zapico (Astiberri Ediciones, Bilbao, 2011), es digna de su título: la historia de un irlandés que viene de una familia venida a menos, sobre todo en lo económico; la presencia permanente de la Iglesia Católica en la vida cotidiana del personaje, de su entorno familiar y de sus amigos; el maltrato al interior del hogar, las diferencias entre padres e hijos y entre hermanos; la tentación constante del pub del vecindario, las pintas de cerveza y ahogar las penas entre caldos de alcohol e historias de amigos y, finalmente, la atmosfera fría, gris, de una Dublín en constante enfrentamiento contra los ingleses para lograr el derecho a su autodeterminación.

Todas esas características conforman el marco de Dublinés, un libro que contiene también el tema principal: la vida y obra de James Joyce. Se trata entonces de una biografía, pero en este caso dibujada, de uno de los grandes genios de la literatura. Desde su infancia en Dublín, su periplo por varias ciudades como Trieste y París, hasta su muerte en Zurich (en 1941). Alfonso Zapico, se ha valido de varias obras para construir su relato biográfico, pero sobre todo de la biografía escrita por Richard Ellmann (quien también escribió las biografías de dos autores irlandeses más: Óscar Wilde y W. B. Yeats).


Con la ayuda de esas obras escritas, Zapico ha construido un relato muy completo sobre James Joyce y nos invita a acompañarlo en sus primeros años y sus estudios en Dublín, para luego ser espectadores de su ida a Triste, junto con su joven esposa Nora y presenciar en nacimiento de su primogénito. Presenciar también los pasos del joven escritor hasta convertirse en una figura respetada de la literatura universal, ya casi en el ocaso de su vida. Pero antes vamos también a reunirnos con él en los pub, bares, cafés y tabernas de algunas ciudades de Europa, a escucharlo hablar de todo menos, o muy poco, de literatura y a emborracharnos con él y llegar a casa donde lo espera Nora, que cada vez parece más cansada de este irlandés ebrio... Ignoraremos la Primera Guerra Mundial como Joyce lo hizo en su momento, mientras vivía en Triste, y unos años después nos vamos preocupar como muchos, incluido James Joyce, con el ascenso del fascismo en Europa, además de los acontecimientos previos y las primeras incursiones bélicas, de los nacional socialistas, en la Segunda Guerra Mundial.

Vamos a vivir la vida bohemia, pero también literaria, desde el joven Joyce hasta el viejo y sabio irlandés. La relación estrecha, íntima y cordial con su padre, y las distancias con sus hermanos, a excepción de su hermano Stanislaus quién sostuvo económicamente a Joyce, Nora y los niños durante un buen periodo –dicha relación entre los hermanos recuerda, por momentos, la de otros hermanos casi por esa misma época: Theo y Vincent van Gogh–. La evolución de la obra de Joyce, desde la escritura de reseñas y ensayos en pequeñas revistas, hasta alcanzar el reconocimiento con el Ulises, no sin antes sortear una infinidad de obstáculos casi todos relacionados con la censura impuesta por la supuesta inmoralidad de su obra.
Alfonso Zapico ha recreado, ayudado por el dibujo de la historieta, una obra rica en detalles de las atmosferas, de la arquitectura de las diferentes ciudades en las que habita la familia Joyce y los parajes que frecuentan o se cruzan en el camino vital del escritor, todo el universo de la época, de la Europa en que se desenvuelve el escritor irlandés. Así, con pinceles y aguadas en escalas de grises, Zapico dibuja toda la gesta del escritor irlandés hasta alcanzar la gloria y el reconocimiento universal.

Pero también esta biografía, como debe ser, nos muestra el profuso mundo literario de la época, uno de los periodos más radiantes en cuanto al arte, la política y la literatura del antiguo continente. Por Dublinés, dependiendo del momento y el lugar en que se sitúa la vida de Joyce, van desfilando grandes figuras como  Henrik Ibsen, W. B. Yeats, Ezra Pound, H. G. Wells, Bernard Shaw, T. S. Eliot, Virginia Woolf, Paul Valéry, Marcel Proust, Ernest Hemingway, Samuel Beckett, Sergéi Eisenstein, Henri Matisse, André Gide, Le Corbusier e incluso un encuentro fortuito con el gestor de la revolución rusa. El ambiente político de Irlanda no es abandonado por Zapico, dando a entender el constante interés de Joyce por su patria y, obviamente, la presencia permanente de Irlanda en sus obras. Desde las revueltas, los intentos de independencia, la represión inglesa, los grandes personajes políticos y los mártires de la Irlanda que buscan su autodeterminación.


Hay, además, una serie de anécdotas de la vida del escritor de Ulises –muy seguramente tomadas por Zapico de las biografías que leyó de Joyce para documentarse– que, aunque parecen aisladas del relato central de su vida y su obra, ayudan a completar las piezas para que el lector tenga una más clara imagen del James Joyce como ser humano, de esos matices que lo hacen un ser terrenal, cercano, de carne y hueso.

Quizás se pueda aducir que Dublinés carece un poco de la flexibilidad y dinamismo del lenguaje del cómic, pues el libro completo está construido casi como un relato con ilustraciones más que con viñetas. Es verdad que la obra posee una preponderancia casi absoluta de la voz en off, pero al entender el talante de la obra de Zapico: una biografía, se puede deducir por qué el autor ha optado por darle más protagonismo a un narrador omnipresente que a los bocadillos de los mismos personajes de la narración. Más aún si lo vemos con la perspectiva de otras obras que han hecho algo parecido, como la biografía de Kafka, escrita por David Zane Mairowitz y dibujada por Robert Crumb, en donde también hay una preponderancia de la voz en off, o incluso en la monumental Genesis (del primer libro de la Biblia), dibujada por el mismo Crumb, en donde presenciamos un absolutismo en el narrador omnipresente. Esa característica aunque un poco rígida no le resta valor a la obra pues la narración es fluida, los detallados dibujos son de muy buen pincel y la estructura del guion nos lleva de eventos particulares, a circunstancias locales o mundiales, de ahí a anécdotas divertidas y a provocativos guiños al lector.
Un trabajo enorme le ha costado a Zapico construir Dublinés, pero el autor también ha contado con importantes ayudas como la Beca Alhondiga Bilbao, por la que pudo desarrollar el cómic durante un año en La Maison des auteurs en Angouleme (Francia). Además, Zapico viajó a varios lugares donde vivió y recorrió James Joyce, para documentarse a la hora de dibujar esa arquitectura y esa atmosfera que tan bien ha recreado en su libro. Finalmente, “Dublinés” es una obra al alcance de todos, una ventana agradable para conocer sobre la vida de James Joyce, como dijo el mismo Alfonzo Zapico en declaraciones a RTVE:

"James Joyce es un personaje fascinante, que tuvo una vida pintoresca y extraordinaria, y mi objetivo no es contar una historia complicada como el Ulises, sino recrear su fascinante vida; será una historia que llegará a todo el mundo".

Álvaro Vélez (truchafrita).
Originalmente en la Revista Universidad de Antioquia, 326 (oct-dic de 2016).

viernes, 26 de agosto de 2016

Velázquez a través del espejo

En un duelo de ingenio, típico de grandes artistas con inflados egos, y aprovechando una visita al Museo del Padro, en este caso acompañados de periodistas y del séquito de ambos genios, Jean Cocteau preguntó a Salvador Dalí que, en caso de incendio, qué salvaría del Museo del Prado. Dalí quedó pensativo y retrocedió ante la pregunta que intuyó como una trampa de Cocteau, éste en cambio se apresuró a contestar que él salvaría el fuego. Sabiendo Dalí que frente a la prensa, y a la respuesta de Cocteau, no podía quedarse corto se hizo el que reflexionaba un momento (porque la respuesta, según él, ya la tenía pensada hacía mucho tiempo), atinó a contestar que Dalí se llevaría el aire, y el aire específicamente contenido en Las Meninas de Velázquez, que es el aire de mejor calidad que existe. Ante tal respuesta Cocteau inclino su cabeza y reverenció la maravillosa ocurrencia del pintor español.


Esta anécdota la relata el mismo Salvador Dalí en la emisión (de 1977) del programa de televisión española A Fondo, que era dirigido y presentado por Joaquín Soler Serrano. En ese programa fueron entrevistados, entre 1976 y 1981, grandes figuras del arte y de las letras de Hispanoamérica (cabe destacar la participación de figuras como Juan Rulfo, Julio Cortázar o Ernesto Sábato, entre otros). Pero hacia donde quiero ir con la anécdota de Dalí es hacía Velázquez y, específicamente, la que ha sido considerada como la gran obra de la pintura española Las Meninas. La historia que relata Dalí no es más que un sólo gesto de admiración de los cientos o miles que existen a cerca de la obra de Diego Velázquez, una forma más de comprobar dicha admiración y reverencia hacia el genio sevillano se da en forma de historieta, con la publicación de Las Meninas, una novela gráfica escrita por Santiago García y dibujada por Javier Olivares (Astiberri Ediciones, Bilbao, 2014).
La novela gráfica, de García y Olivares, nos lleva por un extenso recorrido en donde vamos a poder ver el ascenso del pintor Diego Velázquez hasta alcanzar su anhelado sueño: llegar a la corte del rey Felipe IV, pero el relato no se queda ahí, pues la novela gráfica nos va a conducir también hacia su obra máxima, de qué forma llega a realizarla, cómo llega hasta allí y cómo construye, a través de un espejo, una de las más grandes obras de la pintura universal.


La novela gráfica Las Meninas explora también la forma en que el cuadro ha obsesionado, influenciado y atraído poderosamente a grandes artistas, desde Picasso, hasta el grupo de pop art español Crónica y pasando, obviamente, por figuras como Salvador Dalí. Entonces, con estos elementos, la narración en la novela gráfica no es del todo lineal pues el hilo conductor: la vida de Velázquez y su encuentro final con su obra maestra, está interrumpida en ocasiones por las obsesiones de pintores y artistas con el cuadro en cuestión, además existen flash back hacia la juventud de Velázquez y apartes de la vida cortesana del siglo XVIII, haciendo de la narración un relato rico en matices e, incluso, lleno de simbolismos con respecto a la época y a la vida de pintor y su obra.


Si a esa narración rica en alamedas, callejones y pasadizos, le sumamos el dibujo de Olivares la obra destaca de entre el montón. Se trata de un dibujo con un pincel suelto, lo que maximiza la pureza y la fuerza de lo que se quiere contar, además el simbolismo y la época quedan muy bien plasmados con ese pincel que a veces es más grueso y desparpajado. Claro, Olivares también se ha permitido cambiar el registro estético de su historieta en algunos apartes de la narración, y no sólo estético sino también del montaje, de la configuración de las viñetas y del uso de otras técnicas que, hecho aquí de manera absolutamente consciente y sin excesos, contribuyen enormemente a que Las Meninas sea una novela gráfica aún más apreciable.


Por todas estas cualidades estéticas y narrativas, por tratarse de un tema trascendente para el arte universal y por ser, de hecho, construido con cuidado y maestría, la novela gráfica Las Meninas fue galardonada en el año 2015 con el Premio Nacional de Cómic, en España. Es una obra a la altura de lo que narra, es una demostración más del poder de la historieta cuando de tratar temas tan apasionantes como universales y, por supuesto, tan grandiosos como es la vida y obra de Diego Velázquez. Esta novela gráfica de Las Meninas es un espejo más por el cual se puede reflejar Velázquez, uno más después de aquel primer espejo que le permitió retratarse al lado del rey Felipe IV, un truco que no sólo le valió ese gran honor en su momento sino todos los honores del arte universal hasta la eternidad.

Álvaro Vélez (truchafrita).
Originalmente en la Revista Universidad de Antioquia, 325 (jul-sep de 2016).

jueves, 18 de agosto de 2016

Ediciones ciento veintinueve y ciento treinta

Hace rato que no ponemos ediciones digitales de la gacetilla ROBOT (que ya, en el pasado, salieron en papel), pero vamos a tratar de ponerlos al día, por lo menos poco a poco. Así que aquí van estas dos ediciones: 129 y 130, que salieron en papel durante los meses de octubre y noviembre de 2014, respectivamente.
Disfrute de estas dos gacetillas en digital y recuerde que la edición en papel de la gacetilla ROBOT sale cada mes en Medellín, Colombia (justo esta semana que viene sale la edición 142 en papel).





jueves, 7 de julio de 2016

Las niñas no entran

Antes de los once o doce años el mundo de todo niño –o por lo menos de algunos niños– es más respirable, más amable y más calido. ¿Qué rompe aquella espléndida armonía? Las niñas. Ellas llegan como sin querer las cosas y los niños, que anteriormente no queríamos sus “cosas”, somos arrastrados hacia su universo en donde es fácil caer en laberintos emocionales. La primera perdida de la inocencia –porque no hay una sola, sino que son muchas–, es empezar a comprender que los hombres somos esclavos de los designios y caprichos de, en principio, una niña de diez u once años que nos tira del brazo para que juguemos al papá y la mamá, entre muñecas, tasitas y platicos de plástico, alimentos y roles imaginarios, como preludio de lo que nos deparará en la futura adultez: llevar el dinero a la casa, cargar, jugar y, en definitiva, criar a los hijos, discutir con la esposa y demostrar el amor entre marido y mujer, con pequeños besitos furtivos, durante el juego de niños, que luego se convertirán en piezas de extorsión durante el juego real de la vida conyugal, en la adultez. ¿Cómo huir de tal preparación para la vida? ¿Cómo escamotear ese aconductamiento al que somos sometidos desde niños, para el desastre final que será vivir sufriendo por relaciones amorosas toda la vida? Desafortunadamente no hay salida. Existen sí pequeños artilugios que, a los hombres, nos hace pensar que estamos más allá de los dulces y, al mismo tiempo, ponzoñosos tentáculos de una fémina, pequeñas tretas sicológicas que hacen que nuestra vida de sumisión sea más llevadera.


Ya quisiera yo tener la respuesta apropiada, la solución infalible contra la atracción que empieza a despertar, en algunos hombres, las mujeres. Atracción que, como ya lo dije antes, hace que nuestra vida sea una constante montaña rusa de pasiones. Y es este el momento, antes de continuar con esta pequeña revelación, de aplacar los exaltados ánimos de quienes han alcanzado a llegar hasta aquí –intuyo que he de dirigirme especialmente a las mujeres–, de frenar al lector que está a punto de reducirme a un concepto y decirle de una vez que mi intensión no va en contra de la mujeres, que a lo que atiendo en este momento es a hacer evidente un aspecto que ya todos conocemos, pero que es necesario volver a revelar, y que tiene que ver tan sólo con lograr pequeños momentos de serenidad en nuestras atormentadas vidas. Desde mi infancia y hasta el sol de hoy lo he tenido en frente porque, aunque algunos piensen lo contrario, los dibujos animados también pueden dar luces a la existencia y qué secreto a voces me viene repitiendo Tobi desde mi más temprana edad hasta el inicio de mi adultez.

“De dónde vienes pequeña Lulú, eres toda mi felicidad”, canta una voz masculina al inicio de la serie de dibujos animados de La Pequeña Lulú (Little Lulu) –el estribillo con el que empieza la serie de la década de los ochenta, inspirada en la tira creada, en 1935,  por la norteamericana Marjorie Henderson Buell (Marge) y que tuvo sus primeras apariciones en la legendaria revista Saturday Evening Post–, y uno sabe que es esa la primera frase que surge después de conocer a una mujer: ¿De dónde cayó? ¿En qué momento llegaste aquí para tener la fortuna de conocerte? Y, luego, el dulce y primer efecto del enamoramiento: “eres toda mi felicidad”. Sabio pero engañoso inicio para presentarnos luego a una niña inteligente (Lulú) que maneja a su antojo su propia vida y a muchos de los que están a su alrededor, y todos sabemos que cuando una mujer tiene ese control nos enloquece y es precisamente eso lo que le pasa a Tobi. Aún no sé, a estas alturas de mi vida, si el gordito egoísta está enamorado de Lulú, de lo que sí estoy seguro es que Tobi tiene una pequeña artimaña para escamotear, al menos por momentos, la aplastante presencia de una niña como Lulú: se trata de su club, del que sólo pueden ser miembros los niños (no sobra decir, de todas maneras, que ninguna niña tendrá membresía), y es allí donde Lulú se desquicia por la obvia razón de no poder controlar ese espacio, Tobi puede relajarse un rato y respirar tranquilamente mientras la niña trata de ingeniárselas para hacerse miembro del club de Tobi y esos intentos repetidos se convierten en el leitmotiv de la serie de dibujos animados.


Por fin Tobi puede respirar tranquilo (al menos por un corto tiempo), sabe que las niñas han entrado a su vida y quizás intuya que ya nunca saldrán de sus pensamientos, las bolas de cristal, el trompo, el juego de pelota, la cauchera, los videojuegos y las relaciones con sus amigos, ya no serán nunca más actividades de sana competencia o desinteresado esparcimiento, ya todo pasará por el cedazo de seducir o buscar la atención de una mujer. La única opción para escapar del universo femenino es crear un mundillo de fantasía en donde una manada sin hembras contribuya al fortalecimiento, así sea momentáneo y ficticio, de los machos. Eso es el club de Tobi, eso es el billar y las viejas heladerías, las barras de los bares o ver los partidos de fútbol en casa de un amigo. Una vez fortalecido el macho, con su logia de pipí, podrá estar nuevamente preparado a servir a su género opuesto, con toda la seguridad de que ese acatamiento se hará de forma voluntaria pues la mujer nos ha permitido, al menos por un rato, tener un club en donde las niñas no pueden entrar.

Álvaro Vélez (truchafrita)

domingo, 10 de abril de 2016

Una respuesta abre otras preguntas

La historia comienza en 1965, durante la Exposición Universal de Nueva York. Una comparsa de gigantes desfila por las calles de la gran manzana. Se trata de los gigantes de Pamplona, figuras hechas con tela, metal y madera, de las fiestas de San Fermín. Sin embargo, algo que sucede develará el verdadero talante de la época: dos gigantes que representan figuras negras no son permitidos en el desfile, lo que desatará la protesta, y posteriores desmanes, de muchos de los espectadores del gran desfile en Nueva York.
Estamos en los Estados Unidos de los años sesenta, en los que el racismo y la segregación racial están a la orden del día. Así que lo que parecería “normal” para muchos espectadores norteamericanos, en ese desfile de gigantes en Nueva York, es todo un impacto para un extranjero, en especial para el vasco Manex Unanue, quien pertenece a la comitiva del desfile de gigantes. Ese hecho, desafortunadamente cotidiano en ese momento y lugar, hace también que un hombre extraño a la situación como Manex logre entablar amistad con un negro del Bronx. Esta amistad es el comienzo de toda una aventura que se titula Black is beltza (editado en Colombia por Rey Naranjo Editores, 2015).

Esta aventura, en formato de historieta, es lo que podemos llamar un road-comic, un relato que viaja a lo largo de varios lugares y que involucra muchos personajes y situaciones. El hilo conductor es un amor y es también una búsqueda, adosada con la política y los movimientos sociales de la época, al mismo tiempo que con algunos coqueteos con la cultura y las artes de ese momento, y todo envuelto en una intriga internacional, con escapes, asesinatos, secretos y espías a bordo. Con Manex vamos a pasar de la agitada Norteamérica de los años sesenta, con los Panteras Negras y la noche musical del Bronx, a la Cuba revolucionaria de Fidel y sus barbudos, y de ahí a Ciudad de México y a la díscola Tijuana, luego a Los Ángeles, para descender después a un mítico festival de rock en Monterrey. La intriga continuará en San Francisco para subir luego a Montreal, hasta pasar el gran charco y llegar a la joven y libre Argelia, para finalmente terminar este tour de force en la ciudad de Madrid.


Pero con los lugares llegan también los personajes. En Black is beltza, Manex conocerá grandes hombres del momento: Malcom X, Muhammad Ali, el Che Guevara, la banda Velvet Underground, Andy Warhol, Jimi Hendrix, Emory Douglas, entre otros. Con algunos se topará de casualidad, a otros simplemente los verá a la distancia o entablará una pequeña conversación, y con unos pocos vivirá experiencias únicas, como el viaje de hongos acompañado del mismísimo Juan Rulfo. Parte de estas estas experiencias, y lo que hay alrededor de Black is beltza, las explica Fermín Muguruza en una entrevista:

En 1965 aparecen en la historia dos gigantes negros reales: se trata de Malcom X y su asesinato y Muhammad Ali y sus peleas tanto dentro como fuera del ring. En 1967 llegan muchos sucesos políticos: la guerra de los Seis Días, la de Vietnam, la joven independencia de Argelia, la lucha por la de Quebec, el movimiento de los Panteras Negras, la guerrilla del Che Guevara en Bolivia; también hitos culturales como el estreno de la película de Pedro Páramo y El llano en llamas de Juan Rulfo y la de La batalla de Argel, pasando por la edición del libro de Guy Debord titulado La sociedad del espectáculo; además, en lo que respecta al apartado musical, entre otros muchos, tuvo lugar el Festival del Monterrey, donde en la obra el lector podrá ver, sentir y conocer a Jimi Hendrix, Janis Joplin y Otis Redding (Tomado de www.eitb.eus).

Black is beltza es una novela gráfica hecha a seis manos: Fermín Muguruza es quien ha escrito la base de la historia (a Muguruza lo conocemos, desde la década de los ochenta, porque formó parte del grupo de ska-punk Kortatu), a Fermín se le une Harkaitz Cano, quien en su calidad de escritor ayuda a crear y pulir el guión de la novela gráfica. Y, finalmente, Jorge Alderete es el encargado de dibujar. En cuanto a la historia y su guion, es inevitable no encontrar una cercanía con las dos obras de Alberto Breccia y Juan Sasturain: Perramus y Diente por diente. La primera es una correría de aventuras en medio de la dictadura argentina, con comandos de la Triple A pisándoles los talones, en la década de los setenta, y la segunda una continuación de Perramus pero en un tono menos político, que se centra en la búsqueda de la dentadura de Carlos Gardel, diente por diente.
Desde el punto de vista gráfico, Black is beltza tiene varias y afortunadas características: la historieta está hecha con un dibujo de pincel grueso que le da cierto aire clásico a la historia, y al mismo tiempo cuenta con tramas mecánicas (grises con mallas de puntos) que refuerzan esa sensación de que estamos leyendo un cómic con fuerte influencia estética de algunas décadas atrás. Otra característica llamativa de la historieta es que está hecha a dos tintas, y más especial aún es que la segunda tinta, que combina con el siempre negro, cambia de color en cada capítulo o aventura que emprende su protagonista: un azul en Nueva York, un verde en Cuba, un sepia en México, etc.


Las seis manos que han logrado Black is beltza han cumplido con su cometido: adentrarnos en una historia apasionante, conectarnos con Manex Unanue y acompañarlo en sus correrías, reconocer personajes y conocer otros más, y visitar sitios apasionantes y otros sórdidos o convulsionados, románticos o difíciles. Han conseguido rodearnos por un momento de algo de la atmósfera reinante en esos turbulentos años sesenta. Black is beltza es de por sí una redundancia, algunos ya la intuirán, otros seguro ya la reconocieron con solo leer el título la primera vez. Pero sea que no sepan de qué se trata, que lo intuyan o que hayan encontrado de primera el truco de la frase, seguro van a hallar una respuesta más profunda en el libro. Eso sí, una respuesta no solamente es una puerta que se abre.

Álvaro Vélez (truchafrita).
Originalmente en la Revista Universidad de Antioquia, 323 (ene-mar de 2016).