Makoki, Makoki, Makoki es cojonudo, el enemigo
público número uno… Así cantaba la banda Paraíso
por allá en los ochenta en España, a propósito de la historieta “Makoki” que
publicaban Gallardo y Mediavilla en la revista El Víbora y que luego pasó a tener su propio fanzine. Paraíso fue
una disidencia de la banda punk Kaka de Luxe, en donde tocaba la guitarra
Alaska –quien luego conformaría Alaska y los Pegamoides, Alaska y Dinarama y
finalmente Fangoria–. Alaska actuó en la primera película de Pedro Almodóvar Pepi,
Luci, Bom y otras chicas del montón (1980).
Almodóvar, antes de ser el director que ahora recibe estatuillas de Oscar,
jugueteó con el travestismo en puestas musicales junto al cantante McNamara y
también figuró en una retorcida fotonovela para una de las primeras ediciones
de El Víbora. Almodóvar también se
valió de Ceesepe, andrógino ilustrador e historietista, para elaborar los
afiches de sus primeras películas. Ceesepe además publicó parte de sus ilustraciones
y cómics en El Víbora.
Una simple cadena de relaciones como esta nos da una idea de lo que se llamó la movida madrileña, en la España de los años ochenta. Y este elemental ejercicio es traído a colación a propósito del fin de la revista de cómics El Víbora, una de las muchas publicaciones que surgieron en la época del llamado boom del comic español (1975-1984) y la única que, hasta el año 2004, permaneció como el último estandarte de los cómics de la transición.
El cómic para adultos surgió en España a
partir del fin de la era franquista. El destape político, social y sexual no
sólo se vivió en la literatura, el cine, la música y la televisión ibérica sino
que también cobró vida en una serie de publicaciones como Star, Comix Internacional, Cimoc,
1984, Tótem, Rambla, Cairo y El Víbora, entre otras. La mayoría de estas revistas tuvieron una
vida más o menos efímera siendo El Víbora
la de más larga trayectoria.
El Víbora nació en 1979, en plena
eclosión del comic para adultos en España. Joseph Toutain dio sostén económico
a Josep Maria Berenguer para crear una revista al margen de la editorial
Toutain –que ya editaba 1984, una
revista de comics con énfasis en ciencia ficción–. El Víbora comenzó y se mantuvo como una alternativa underground,
buscando nuevos caminos dentro del cómic y manifestando principios claros de
independencia frente al ambiente político y social del momento, como lo declararon
sus creadores en la editorial del primer número: No tenemos ideologías, no tenemos moral, no tenemos más que ganas de
dibujar un tebeo para ti. Rápidamente la revista ganó un puesto en el
competido mercado de la historieta española y se afianzó como una propuesta
diferente en oposición a otras publicaciones con contenidos estéticos más
elaborados –o por lo menos más concretos–. Impuso la llamada línea chunga en
contraposición a la línea clara de la revista Cairo, herederos y
seguidores de “Tintin”, del belga Hergé.
La línea chunga no sólo se refería a un
tópico estético sino también de contenido: el sexo, las drogas, la
inestabilidad social… En definitiva, temas antes vedados y censurados por el
franquismo que en las páginas de El
Víbora cobraron vida de la mano de autores como Max, con personajes como “Gustavo”
o el rebelde “Peter Pank”; Nazario, con su inconfundible transexual “Anarcoma”,
en medio de truculencias detectivescas y orgías homosexuales; los ya citados
Gallardo y Mediavilla con “Makoki”, el tebeo underground por antonomasia; Martí
con sus historietas de “Taxista”, en clave de serie negra o Pamies con su
detective “Roberto el Carca” quien, entre sus muchas aventuras, resuelve
conflictos en Bolimbia, un país entre Bolivia y Colombia. También colaboraban
autores extranjeros como Robert Crumb, Gilbert Shelton y Spain, de la cantera
del underground sesentero norteamericano; Tatsumi, con su manga melancólico;
Charles Burns y sus asombrosas historietas influenciadas por la estética de
terror de los años cincuenta; Tanino Liberatore y su androide “Ranxerox” o
incluso los sesudos e intelectuales Muñoz y Sampayo, creadores de esa gran
historieta “Alack Sinner”.
Como es lógico, una publicación no puede
mantener una personalidad tan arrolladora durante mucho tiempo y lo que en los
ochenta era avasallador, en los noventa se fue degenerando hasta que El Víbora se convirtió en una revista
más. De cuarenta mil ejemplares, vendidos mensualmente en los ochenta, se pasó
a seis mil en estos últimos años y la publicación se hizo insostenible. En
marzo de 2004 El Víbora anunció, en
sus páginas, su propia muerte y como un último llamado a sus dolientes alentó a
periodistas, editores, autores y lectores a salvar la publicación. Sin embargo,
en diciembre del 2004 El Víbora
finalmente murió, desapareció aquella fabulosa revista que mantuvo, como rezaba
su eslogan, durante veinticinco años de historia y 300 número editados, un comix para supervivientes.
Álvaro
Vélez (Truchafrita).
Originalmente en la Revista Universidad de Antioquia (2006).
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